Una semana de incansable lluvia no permitía salir de la madriguera. La tosquedad de la caverna era visible entre el juego de la luz gris de un día nublado y las sombras típicas de los tiempos difíciles. El olor de húmedad invadía cada una de las rocas deformes alfombradas de musgo. Imposible reposar la cabeza y hacer un largo sueño hasta que el cielo escupiera su última gota.
Mientras tanto, algunas gotas de lluvia se mezclaban con la salinidad que expiraba la calidez de la vida. Ella era la única verdadera huella de calor entre la hostilidad asfixiante de la húmedad condensaba. Cubierta de cientos de minúsculas huellas de lluvia, Amazonas sostenía la fuerza y la decisión entre sus manos unidas al arco que ella misma había tallado a lo largo de lunas llenas.
La mirada de Amazonas se mantenía fija fuera de la madriguera, sobre una flecha partida en dos que ahora parecía sólo varas desiguales que poco a poco se fundían con los fangos. Uno de los trozos tenía una curiosa terminación que recordaba a los grabados que deja un buen consejo, un tanto al recuerdo de los buenos momentos, un poco mas a la sonrisa de una broma compartida aunque para otros sólo era la conformación de rastros, de raíz. La terminación era de un material solido, su color era más claro que el caoba de una castañuela y menos oscuro que el dorado de la miel, no era roca ni madera, lo aseguro, pero parecía un material pesado pues cada gota de lluvia la enterraba con relativa rapidez. El segundo trozo tenía una punta de definición triangular y afilada como cualquier flecha destinada a ser lanzada a objetivos inciertos o circulos marcados, la particularidad de este trozo era lo brillante; enceguecedor como la ilusión y tan ostentoso como la ambición. Sin embargo, parecía que haber caido antes de llegar a su objetivo no le había sentado nada bien.
Amazonas seguía de pie, inmóvil, solo la lenta respiración era atropellada por los suspiros. Los sabios dicen que ante no saber que hacer con las flechas trozadas o como reaccionar ante los días lluviosos es preferible permitir que el universo dé la señal, que por eterno sabra que hacer. Amazonas inhaló un poco mas de bruma húmeda, niebla en sus pulmones y una frase como canto sin tristeza aunque profunda como la sinceridad exhaló su miedo... Un estridente grito escapó de la tierra, una brecha marcó los rizos de caminos ya escritos por la lluvia para bifurcar el nacimiento del fruto de agua y restos de la flecha propiedad de Amazonas.
Así, contingencia, decisión y caos fueron reunidos en nombre de todas las Amazonas que cruzan los días nublados para dar continuidad a la vida de un universo tan sabio como la eternidad que supo crear las flechas erradas para hacer renacer infinitamente las Amazonas.
Mientras tanto, algunas gotas de lluvia se mezclaban con la salinidad que expiraba la calidez de la vida. Ella era la única verdadera huella de calor entre la hostilidad asfixiante de la húmedad condensaba. Cubierta de cientos de minúsculas huellas de lluvia, Amazonas sostenía la fuerza y la decisión entre sus manos unidas al arco que ella misma había tallado a lo largo de lunas llenas.
La mirada de Amazonas se mantenía fija fuera de la madriguera, sobre una flecha partida en dos que ahora parecía sólo varas desiguales que poco a poco se fundían con los fangos. Uno de los trozos tenía una curiosa terminación que recordaba a los grabados que deja un buen consejo, un tanto al recuerdo de los buenos momentos, un poco mas a la sonrisa de una broma compartida aunque para otros sólo era la conformación de rastros, de raíz. La terminación era de un material solido, su color era más claro que el caoba de una castañuela y menos oscuro que el dorado de la miel, no era roca ni madera, lo aseguro, pero parecía un material pesado pues cada gota de lluvia la enterraba con relativa rapidez. El segundo trozo tenía una punta de definición triangular y afilada como cualquier flecha destinada a ser lanzada a objetivos inciertos o circulos marcados, la particularidad de este trozo era lo brillante; enceguecedor como la ilusión y tan ostentoso como la ambición. Sin embargo, parecía que haber caido antes de llegar a su objetivo no le había sentado nada bien.
Amazonas seguía de pie, inmóvil, solo la lenta respiración era atropellada por los suspiros. Los sabios dicen que ante no saber que hacer con las flechas trozadas o como reaccionar ante los días lluviosos es preferible permitir que el universo dé la señal, que por eterno sabra que hacer. Amazonas inhaló un poco mas de bruma húmeda, niebla en sus pulmones y una frase como canto sin tristeza aunque profunda como la sinceridad exhaló su miedo... Un estridente grito escapó de la tierra, una brecha marcó los rizos de caminos ya escritos por la lluvia para bifurcar el nacimiento del fruto de agua y restos de la flecha propiedad de Amazonas.
Así, contingencia, decisión y caos fueron reunidos en nombre de todas las Amazonas que cruzan los días nublados para dar continuidad a la vida de un universo tan sabio como la eternidad que supo crear las flechas erradas para hacer renacer infinitamente las Amazonas.
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